
Con ese título,
Fernando Granda denunciaba este fin de semana en La Nueva España el deterioro que dia a dia sufre la preciosa ensenada en la que confluyen Barro y Niembro lamentando la poca atención que se le presta y cómo se está dejando morir por causas varias.
Yo no puedo aseverar cuales son las causas, pero si se porque la veo cada fin de semana desde hace más de 30 años que la vida en el Bau desaparece a ojos vista y que el nivel de arena y de algas (u lo que sea, pero de color verde) cada vez aumenta más.

Ejemplos sencillos: me cuenta alguien nacido en el pueblo que en tiempos hubo una fuente a la que se accedía por una rampa desde la orilla de la carretera, que aun se puede vislumbrar pero que está abocada a desaparecer debajo de la maleza y la arena.
Mis sobrinos ya no encuentran cámbaros ni por supuesto andaricas y ya no es tan habitual ver a los pescadores con los pantalones por la rodilla buscando gusana como preciado cebo para la pesca. Por algo será.
En el artículo, Granda dice literalmente:
"El Bau necesita vida. Se acaba de aprobar un presupuesto ministerial para
ensanchar la carretera que bordea sus aguas pero no se cuida de su belleza. Se
piensa en los automóviles, no en las personas que antes paseaban por su
contorno, contemplando el bello paraje que sirve de propaganda turística, que
llenaba de poesía las miradas del paseante. Ni los ministerios ni las
consejerías «del ramo» piensan en rehabilitarlo, limpiarlo, dragarlo,
conservarlo, hacer que vuelvan los cangrejos, los peces, los pescadores, los
niños con sus cañas para cámbaros, las piraguas, los turistas, los paseantes.
Costaría menos que arreglar los baches de esa bonita carretera por donde llevan
a San Roque o a San Pelayo todos los veranos hasta la iglesia de los mupis y
carteles turísticos".
Yo suscribo al cien por cien lo que escribe, pero matizo que no necesariamente han de estar enfrentados el adecentamiento y mantenimiento de la carretera, que ya existe, (no se va a hacer nueva y mientras constituya una vía de tránsito para vehículos y peatones, deben asegurarse las mínimas medidas de seguridad que ahora no tenemos) con adoptar medidas que favorezcan la vuelta de vida al Bau, y que conserve en el mejor sentido del término el paraje para mí más bonito del Oriente.
Cada mañana que acompaño a mi madre a su paseo matutino por ese paraje, pienso sin exagerar, que podemos estar jugandonos la vida, sin arcenes, sin aceras, sin delimitación ninguna entre el terreno de los viandantes y de los vehículos, que ni pintura en el asfalto tienen para delimitar los carriles izquierdo o el derecho. Disfrutar del paisaje en esas condiciones mientras caminas y cuidas que no te atropellen, resulta francamente dificil.
No servirá de mucho, pero yo también me sumo al grito de Fernando:
SALVEMOS EL BAU